miércoles, 26 de marzo de 2014

Lugares oníricos

Esto es. Mi padre joven; mi hermano y yo niños. Nueve años aproximadamente por la altura. Los dos con la misma edad [sueños]. Vamos de excursión como una del par de veces que fuimos a pescar en algún lugar perdido de Galicia. Esta vez no es a coger peces para soltarlos después de esperar su llegada en un río de medio metro de profundidad. Pero si vamos a un río. Es una aventura desconocida. Un reto paterno. 
Los niños vamos saltando por alguna extraña razón.  Llegamos.
Un paisaje onírico. Fondo negro con naturaleza de alto contraste. Muy virtual. Un riachuelo estrecho de un verde brillante, todo muy kitsch. 
Ahí nos plantamos. Mi padre comienza a hablar: -¡en este río hay un tiburón! Además de cocodrilos... Tenéis que entrar en el agua y enfrentaros a él. En ese momento aparece en el agua lo que parece ser, en términos no ontológicos sino conceptuales, un tiburón. Un hombre de avanzada edad. Sesenta largos. De completo color dorado. Todo pan de oro. Su aspecto es perturbador: los pliegues de la vejez le rondan todo el cuerpo y su cabello, con una abundante calva en el coronilla, le sobrepasa los hombros. Repito, todo color dorado. 
Está tumbado boca abajo en la orilla del río, que tendría aproximadamente un metro de ancho y la profundidad cubre apenas unos centímetros de su cuerpo. No sé cómo respira. En realidad puede porque es un tiburón.
Mi hermano y yo nos miramos. Él toma la iniciativa. Entra valiente en el río y da un rodeo sobre el animal antropomórfico. Se sitúa a sus pies. 
Yo, detrás de mi padre mirando atónita, noto el miedo que éste empieza a sentir. Le dice: ¡no tan cerca!. Apenas termina la frase y el tiburón está boca arriba. Como un espectro levanta su espalda terminando erguido sobre sus piernas estiradas. Su cara es un poema. La bestia iletrada llevó una vida de vicios y prostitutas y ésto se hizo mella en su santa faz. 
Mi hermano aprieta los puños y toma aire. Sin  moverse, frente a frente, comienza a gritar de valentía en la cara del bicho. Éste, que iguala su tamaño sentado, le responde con otro grave y áspero. Escena larga. Reminiscencia de Totoro y Mei.
Mi hermano triunfa en el concurso de gritos y el tiburón se acuesta y se da la vuelta. El valiente salta de alegría. Se ven tres cocodrilos en la orilla opuesta del río observando la batalla. 
Mi padre se enorgullece y respira aliviado. Tras unos segundos, me mira y transmite -Ahora es tu turno.

Me despierto aterrada.


Esa misma tarde mi abuela llama a mi madre. Le cuenta que soñó que mi padre mataba a mi hermano, que hay que llamar a la policía (mi hermano está en Amsterdam y mi padre en Galicia). Nos reímos.
Abuela, que no. Todo fue un concurso de valentía.

Abuelas...




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